Alguna de esas veces que me da por imaginar que hubiera sido de mi vida con un pasado diferente, pienso como hubiera sido sin la bicicleta. Durante esa visualización siento un vacío vital, una caída a las profundidades, un vértigo inexplicable. Cuando me invade esa creencia de haber estado sin bicicleta todo este tiempo, del pasado sólo me quedan un puñado de buenos recuerdos, pero mutilados por la falta de “la pequeña reina” (así le llaman los franceses a la bici), mi preferido modo de transporte, ocio y deporte.
No me imagino esos viajes cicloturistas por tantos lugares increíbles habiéndolos hecho con otro medio de transporte. El cicloturismo te hace sentir las cosas de una manera tan emotiva, tan cercana. Te obliga a integrarte en el territorio, a hablar con las almas del lugar, escuchar las voces de las personas, el susurro del viento, los sonidos de otros seres animados; nos permite oler los perfumes que la naturaleza nos regala generosamente.
Subir en una bicicleta y comenzar a hacer kilómetros sin pensar en el tiempo que pasa, esa ha sido una excepcional manera de hacer fuerte mi corazón, bajar mi colesterol, regular mi peso, liberar endorfinas y tantas otras cosas buenas para mi salud. ¿Cómo habría sido mi salud sin la bicicleta? No me lo quiero ni imaginar.
Ir en bicicleta para los desplazamientos diarios por la ciudad es un fantástico modo de demostrar amor por tu ciudad, de respetarla con tu silencio, de no liberar malos humos a tus vecinos, de dejar la ansiedad, de descubrir que tu ciudad también es bonita. No tiene precio esa alegría con la que aparezco cada día en el trabajo, tras mi pedaleo diario por esas calles sedientas de cariño.
Hay quien me pregunta que por qué “pierdo” tanto tiempo en todas esas tareas reivindicativas ciclistas que tantas horas semanales me suponen. El trabajo voluntario, dedicar tiempo libre a hacer cosas que sabes que son buenas para la sociedad, es tremendamente satisfactorio, porque las satisfacciones no materiales permanecen mucho más tiempo en esa parte de la mente que gestiona la felicidad. Si además lo que haces sirve para mejorar las condiciones de los ciclistas y eres un convencido de que eso es bueno para todos, incluso los que no usan la bicicleta, entonces la satisfacción está garantizada.
En realidad sólo tengo que mirar al pasado, imaginármelo sin bicis y descubrir muy claramente la razón de mi agradecimiento a la bicicleta, de este agradecimiento al estilo de aquella canción de Violeta Parra. Puedo decir sin faltar a la verdad que sin la bicicleta hubiera sido como vivir la vida de otro.
A este vehículo, a los que lo inventaron y a los que siguen apostando por él, no puedo más que darles las gracias. Gracias a ellos y a mi bicicleta por haber aportado tanto a mi vida.
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